sábado, 27 de diciembre de 2008

Depuracion etnica en el caribe

Diario Las Americas
Publicado el 12-04-2008

Depuración étnica en el Caribe


Por Sonia Pierre


SANTO DOMINGO – Yo soy una ciudadana nacida en República Dominicana. Crecí, fui a la escuela, formé una familia y crié a mis hijos en tierra dominicana. Este es el único lugar al que alguna vez llamé hogar. Sin embargo, después de más de 45 años en este país, se está cuestionando mi nacionalidad -junto con la de miles de otros dominicanos.

Al igual que muchos dominicanos, tengo ancestros haitianos. Mi familia llegó a República Dominicana desde el vecino país de Haití en busca de trabajo. Su viaje no fue atípico, tampoco desalentado. Cientos de miles de haitianos llegaron a trabajar a este país con el permiso expreso del gobierno dominicano.

Pero los dominicanos como yo siempre hemos pagado un precio por nuestros ancestros. Durante más de un siglo, el gobierno promovió una política de discriminación racial patrocinada por el estado. Hemos sido utilizados como chivos expiatorios para desviar la atención de los problemas económicos y políticos del país.

Aún así, una lección que aprendí mientras crecía fue que toda persona nacida en República Dominicana es un ciudadano dominicano. Esto era algo que nadie cuestionaba. Esto era algo de lo que nadie dudaba. La constitución de República Dominicana dice explícitamente que cualquiera que nace en el territorio del país, excepto los hijos de padres que son diplomáticos o extranjeros “en tránsito” – algo que, durante décadas, quiso decir por menos de 10 días en el país- es un ciudadano dominicano.

Por ende, nunca me preocupó que alguna vez se pusiera en duda mi condición de ciudadana. Estaba equivocada.

Hace dos años, el gobierno de mi país intentó despojarme de mi nacionalidad, y hoy intenta hacer lo mismo con otros miles de dominicanos de ascendencia haitiana. El gobierno lanzó este esfuerzo con una reinterpretación curiosa de la constitución. Ahora considera que los individuos de ascendencia haitiana nacidos en República Dominicana no tienen derecho a la nacionalidad dominicana, porque sus padres o abuelos, muchos de ellos residentes durante años, si no décadas, supuestamente estaban “en tránsito”.

El gobierno ordenó a las autoridades de los registros civiles que dejaran de emitir cualquier documento de identidad para las personas que nacieron de “padres extranjeros” y recibieron certificados de nacimiento dominicanos bajo lo que el gobierno ahora llama “circunstancias irregulares”. Es más, los documentos de identidad que el estado dominicano ya emitió están siendo declarados inválidos con retroactividad.

Sólo se está señalando a los dominicanos de ascendencia haitiana. La discriminación por parte del gobierno de mi país contra mi grupo racial y étnico es tan evidente que algunas oficinas de registro civil distribuyeron listas de “nombres haitianos resonantes” de manera que el personal pueda reconocerlos. Hay quienes incluso fueron señalados sólo por su apariencia. La crudeza de la campaña del gobierno sería casi cómica si no estuviera condenando a tantos dominicanos de ascendencia haitiana a la incertidumbre de la falta de nacionalidad.

Por cierto, las implicancias de perder la propia ciudadanía son enormes. Sin documentos de identidad, la gente no tiene acceso a las escuelas, se le niega atención sanitaria, se le impide casarse y no se le otorgan documentos oficiales como certificados de nacimiento y licencias para conducir.

Peor aún, el gobierno está considerando una enmienda constitucional que despojaría a miles de dominicanos de ascendencia haitiana de los derechos de ciudadanía de manera permanente. La situación ahora es incluso más peligrosa que antes.

Durante 30 años, trabajé para garantizar la igualdad en materia de derechos humanos y civiles para los dominicanos de ascendencia haitiana. Me topé con muchas dificultades personales y profesionales. Las autoridades estatales me difamaron. Informantes intentaron infiltrarse en mi organización y socavar mi trabajo. Recibí amenazas de muerte en más de una ocasión y mis hijos y yo tuvimos que huir de nuestra tierra natal.

Sin embargo, a pesar de todo lo que tuve que soportar, nunca perdí las esperanzas de que el cambio fuera posible.

Tal vez la campaña contra los dominicanos de ascendencia haitiana cese cuando el sistema judicial dominicano reconozca que el rechazo retroactivo de la ciudadanía viola la ley fundamental de derechos humanos. Quizá cese cuando la comunidad internacional se pronuncie abiertamente en contra de las políticas discriminatorias de República Dominicana. Pero algo es seguro: no cesará hasta que todos los dominicanos que valoran la democracia y el régimen de derecho se paren junto a sus compatriotas y declaren que el tiempo del trato desigual terminó.

Sonia Pierre, directora del Movimiento de Mujeres Dominico-Haitianas, fue criada en un campo de trabajadores migrantes y arrestada a los 13 años por liderar una marcha en demanda de derechos para los trabajadores de la industria de la caña de azúcar. Recibió el Premio de Derechos Humanos Robert F. Kennedy en 2007.

Copyright: Project Syndicate, 2008. www.project-syndicate.org Traducción de Claudia Martínez

1 comentario:

Steven Gehy dijo...

Para Sonia, publicado en Clave Digital el 07 de noviembre de 2006

http://www.clavedigital.com/App_Pages/opinion/Firmas.aspx?Id_Articulo=8013&Id_ClassArticulista=125

Sonia Pierre: una domínico-haitiana ejemplar

PÉTION-VILLE, Haití.-No he tenido el placer de conocerla personalmente. Ni siquiera he tenido la suerte de escucharla alguna vez durante los múltiples seminarios o conferencias en los que habitualmente participa.

Sin embargo, como muchas otras personas, supe de sus valientes luchas a través de los medios informativos dominicanos e internacionales. Desde entonces, mi admiración por ella es infinita y el respeto que le tengo, absoluto.

La admiro y la respeto sencillamente porque pienso que la diferencia esencial entre los seres humanos reside en el sentido que dan a su vida.

Cuando el ideal de vida de una persona radica principalmente en luchar en contra de la exclusión social, en contribuir a la eliminación del sexismo y del racismo, en exigir respeto a los derechos inalienables de cientos de miles de mujeres y hombres provenientes de sectores marginados, oprimidos y explotados de una nación, es porque él o la protagonista de estos procesos ha alcanzado unas dimensiones universales. Su noble legado se quedará eternamente entre las más bellas páginas de la historia de la Humanidad.

Esa no es una lucha fácil. De hecho, no existen luchas sociales que sean fáciles en ninguna parte del mundo. Es sin duda alguna, una misión ardua, compleja, titánica, la que escogió esta distinguida mujer, -ella misma dominicana de padres haitianos-, cuando decidió entregarse cuerpo y alma para “defender y salvaguardar los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y humanos de la población dominicana de ascendencia haitiana".

En efecto, durante mucho tiempo y lamentablemente hasta hoy en día, la población dominicana de ascendencia haitiana sigue siendo despreciada, difamada, excluida, agredida verbal y físicamente por los ideólogos nacionalistas, sus intelectuales, periodistas y seguidores en general.

Sabemos que esta población dominicana de piel negra, no tiene cabida dentro de la estrecha "visión nacionalista" de esos grupos conservadores cegados por una perversa obstinación en aferrarse a un blanqueamiento cursi y firmemente opuestos al crecimiento de una nación justa, pluralista, multicultural y democrática en donde no se reprima a ningún ciudadano o ciudadana por el color de su piel, su religión, su cultura o por la nacionalidad y el estatus migratorio de sus padres.

En la hermana República Dominicana, nadie ignora que dentro de la "quimera nacionalista", la población dominicana de ascendencia haitiana debe ser mantenida eternamente como un conjunto de máquinas desechables, disponible en todo momento para las más duras y extenuantes labores, pero siempre alejada de los centros de salud, de aprendizaje, de entretenimiento, de los círculos donde se toman las decisiones políticas y de las posibilidades de movilidad económica y social.

Según el delirio nacionalista, no se puede permitir que los dominicanos negros de ascendencia haitiana se incorporen a la sociedad y tengan las mismas oportunidades que los demás.

Desde su anacrónico punto de vista, es necesario impedir a toda costa las acciones públicas o privadas que permitirían que se estimule y que se consolide finalmente la posibilidad de progreso social y económico para este grupo desfavorecido de dominicanos y dominicanas con ancestros haitianos.

Expresé anteriormente que admiraba a esta combativa mujer dominicana y hay que reiterarlo una y otra vez, porque creo que ha asumido una responsabilidad inmensa y ha aceptado un reto grandioso y altruista, de esos que sólo acogen y tienen fuerzas para cargar, algunas personalidades excepcionalmente dotadas. No es fácil y ella lo sabe sin duda alguna. Ya habrá tenido muestras de lo que cuesta llevar la bandera de la dignidad humana en las manos.

Sabe también que no hay otra salida. Que hay que implicarse, que hay que decir, que hay hablar, gritar, denunciar, exigir, pues las soluciones para mejorar la calidad de vida de los dominicanos y dominicanas descendientes de haitianos, no llegarán si ellos mismos no reclaman al Estado que cumpla con su deber de implementar las estructuras que faciliten la erradicación de la atroz situación de neo-esclavitud en la cual se encuentra hoy ese grupo especifico de la población dominicana.

Aquí nadie se hace la víctima. No es una queja o un lloriqueo. Es una demanda firme de una reivindicación justa, basada en el derecho al respeto, en el derecho a la vida, en el derecho a la dignidad.

De ninguna manera, los reclamos de los dominicanos y dominicanas de ascendencia haitiana se deben entender como una lucha en contra de la nación que les vio nacer.

Todo lo contrario: es más bien una lucha para defender unos principios nobles e integrarse a ella no desde la segregación que la envilece, sino desde la igualdad que la magnifica.

Algunos, voluntariamente o involuntariamente, se han olvidado de los principios trascendentales de libertad, igualdad y fraternidad, que les han costado a la humanidad tantas luchas, tantos sacrificios y tanta sangre. Y hay que sacudir a los amnésicos. Esos ideales son imprescindibles para la conquista de aunque sea un poco de bienestar y de crecimiento humano y social.

Sonia, humildemente, me inclino ante ti pues eres una gran dominicana, una formidable mujer y un extraordinario ser humano.

Los "liliputienses" espirituales que somos casi todos sobre este planeta de mezquinos, necesitaremos de mucho tiempo y de mucha superación de nosotros mismos, para comprender y apreciar tu imperturbable espíritu y tu noble ideal.